Kirguistán: la tierra, el amor, el arte y la propaganda

Lo bueno de los viajes literarios como este #200Países200Libros es que, además de encontrarte lecturas fascinantes (bueno, algunas no lo son en absoluto), es una excelente oportunidad para saber más de la historia del país. No siempre es el caso, claro, porque no necesitar escribir sobre tu país es una suerte de privilegio del que seguramente hablaremos otro día cuando visitemos otro país. Pero sí, tan solo con un mínimo de curiosidad por nuestra parte cualquier viaje es una oportunidad para aprender sobre el destino. En el caso de Kirguistán, el país al que viajamos hoy, yo no sabía mucho antes de leer Yamila, de Chinguiz Aitmatov, aparte de que:

– es una ex república soviética,

– es la tierra de los kirguises (aunque yo creía que el término era kirguíes) porque el sufijo -tan significa «tierra de», como sucede con otras ex-repúblicas soviéticas de la zona: Kazajistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán (respectivamente tierra de los kazajos, tierra de los tayikos, etc etc)

– que el recurso mnemotécnico para situar esos cinco países en el mapa es comenzar por Kazajistán, el más grande de todos, e ir nombrándolos en orden alfabético en el sentido de las agujas del reloj. Lo cual es un poco extraño porque Tayikistán y Turkmenistán, que irían seguidos en esa lista alfabética, no hacen frontera entre sí, pero el caso es que el truco funciona.

Como veis, mi conocimiento previo sobre Kirguistán distaba bastante de ser, como mínimo, aceptable. Quizás por ese motivo me sentía un poco desorientado al principio, ya que uno de los principales temas de Yamila es la identidad cultural de Kirguistán, sobre la que yo no tenía ni idea. Ya sabéis, aquello que nos contaban en clase de Lengua y Literatura sobre el contexto histórico y sociocultural al hacer comentarios de textos literarios.

Pero me estoy adelantando. Casi mejor que comience explicando de qué va esta novela de Chinguiz Aitmatov que, ya os adelanto, me ha gustado muchísimo:

Estamos en 1942, en una aldea kirguisa en las montañas. Los hombres han marchado a la guerra y el resto de la población tiene que encargarse de las tareas del campo intentando mantener sus tradiciones culturales tras la colectivización campesina de la Unión Soviética durante la cual las granjas individuales fueron reemplazadas por granjas colectivas controladas por el Estado. El narrador, Seit, es un adolescente que ha de viajar cada día a la granja estatal de la zona junto a su cuñada, Yamila, de la que anda algo enamoriscado. Pero la aparición de Daniar, un soldado convaleciente de guerra con una personalidad misteriosamente reservada, cambiará la vida de todos ellos.

Contado así, lo sé, podría parecer otra novela costumbrista más de esas que nos narran con nostalgia y cierto patriotismo las bondades de la tierruca. La verdad, sin embargo, es que Yamila se acerca más a lo contrario por razones que explicaré enseguida. Antes de eso, tenéis que saber que el escritor y crítico francés Louis Aragon calificó la novela como «la mejor historia de amor jamas escrita». Lo cual es mucho decir porque, que yo sepa, Orgullo y prejuicio sigue existiendo (igual que Heartstopper, pero Aragon murió treinta y pico años antes de que se publicara). Aún así, el autor francés no andaba muy desencaminado, aunque más que una novela romántica (que no lo es en absoluto) estamos hablando de un texto realmente emocionante sobre la gran energía inspiradora que tiene el amor para cambiar el mundo.

Al comienzo de la historia, Seit es un artista maduro que al ver uno de sus cuadros se dispone a explicarnos su significado y relevancia. Así, a modo de flashback, nos cuenta a lo largo de las poco más de 120 páginas del libro (sí, Yamila se puede y se debe leer de un tirón con tu infusión favorita al lado), sus vivencias adolescentes, parte de las cuales estarán directamente relacionadas con las tradiciones de su gente en aquella época: la importancia de la familia biológica y de la familia política, el papel de la mujer en el campo, las esperanzas depositadas en cada persona dependiendo de su rol en el entorno familiar…

Pero como dije antes, la aparición de Daniar va a cambiar muchas cosas, siendo una de las principales el sistema de valores de Seit. Durante sus viajes diarios a la granja de la zona, el taciturno Daniar romperá su silencio poco a poco haciendo que Seit, Yamila y quien les está leyendo comprendan que por encima de todos esos valores tradicioculturales hay algo más hermoso e infinito, como es el caso de la música, la tierra, el arte… Y, por supuesto, el amor. No suenan violines porque a Daniar le gusta mucho cantar a capella, pero como si los hubiera.

De nuevo, esta trama parece tan básica que echa para atrás, pero no debemos dejarnos engañar por esta falsa sencillez: Aitmatov, uno de los autores más consagrados de la literatura kirguisa, estaba convencido de las bondades del sistema soviético. Es por eso que debemos entender Yamila como una poderosa herramienta de propaganda en la que la idea de que los valores tradicionales quedan postergados en pos de esos conceptos universales es una excusa para abandonar tu propia identidad y abrazar ese supuesto bien mayor que, siempre según Aitmatov, representa la URSS. En la novela no se habla de política en absoluto, con lo que es muy fácil obviar esta perspectiva. Pero conociéndola y poniéndola en el contexto de la época, Yamila gana bastante.

En definitiva, una lectura muy recomendada y un viaje literario que ha merecido muchísimo la pena. Echadle un ojo, y si llegáis a leerla contadme en los comentarios lo que os ha parecido. Y lo mismo si tenéis otras sugerencias de libros de Kirguistán, y así podre añadirlos a esta lista colaborativa de este #200Países200Libros.

Bonus Track: como ya he explicado, la música popular kirguisa tiene mucho protagonismo a lo largo de la novela. Mi primera idea para acompañar musicalmente esta reseña era enlazar la versión cinematográfica de Yamila que se hizo en 1968 porque, aparte de ser una fiel y hermosa adaptación, la música está muy bien elegida. Pero pensándolo mejor he preferido buscar una canción tradicional interpretada por un hombre, ya que en la novela el poder transformador de la música proviene de las canciones de Daniar. Aunque este señor del vídeo está demasiado bien vestido como para ser un campesino dirigiéndose a una granja colectivizada, puedo imaginarme perfectamente su voz resonando en las montañas kirguisas mientras un adolescente se replantea si es cierto todo aquello que le han contado a lo largo de su vida.

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