Nueva Zelanda: reconstruyendo un modo de entender el mundo

Por si acaso algún día decidís embarcaros en un proyecto como este de leer un libro de cada país del mundo, os dejo aquí dos puntos a tener en cuenta. Primero, que el proceso de búsqueda de libros es tan fascinante como la lectura en sí y que eso os llevará a acumular libros para una segunda o incluso tercera vuelta. Y segundo, que si hay algún continente al que uno se enfrenta con cierto miedo es Oceanía porque la mayoría de sus países son islas recónditas del Pacífico cuya resonancia literaria en el mercado occidental es minúscula y caray, a ver cómo se las apaña alguien para encontrar un libro de Kiribati o de Nauru. En mi caso, ese miedo me llevó a ir dejando Oceanía para más tarde, para luego, qué más da, con la de países que me quedan ya tendré tiempo de entrar ahí. Y hasta ahora, que esta reseña es la número 15 del proyecto y, por fin, primera de Oceanía. Así que mi consejo es que aparquéis ese miedo y os lancéis de cabeza cuanto antes porque os esperan sorpresas de las buenas.

Como sabéis, en #200Países200Libros intento buscar voces literarias que normalmente quedan alejadas de los grandes best sellers, para así acercarme a escuchar otros modos de entender y describir el mundo. Potiki es un libro con el que he podido hacerlo dos veces ya que la autora, Patricia Grace, pertenece a la comunidad maorí, pero también porque la trama transcurre en torno a los esfuerzos titánicos de dicha comunidad para mantener vivas sus tradiciones, entre las cuales es primordial la narración oral: los maoríes entienden la oralidad como un modo de crear el mundo y de volver a crearlo cuando sea necesario con nuevas historias que nazcan de las cenizas de las antiguas. Así que, como digo, me parece un libro idóneo para entrar en contacto con dicha cultura del Pacífico.

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Roimata, protagonista del libro y una de las principales narradoras, es una mujer maorí cuyo marido, Hemi, pierde su empleo. Dada la relevancia que tiene la comunidad entre los maoríes, ambos piden consejo al resto del pueblo. Al hacerlo, se darán cuenta de que esta situación es una oportunidad para retomar el contacto con la tierra de sus ancestros, su familia y su cultura, y que por tanto deben luchar por todo ello. Lucha que incluye enfrentarse a una poderosa empresa que pretende construir un gran complejo turístico para lo cual habría que trasladar el pueblo de sitio. Cada uno de los cuatro hijos de Roimata y Hemi tiene su relevancia en la trama, pero será el menor, Toko, quien cobre el mayor protagonismo, llegando a dar título a la novela (Potiki significa «hijo menor» en maorí). Las extrañas circunstancias en que nació, junto a los motivos de su adopción por parte de Roimata y Hemi así como su don para la profecía y su conexión especial con su abuela, convierten a Toko en un narrador de primera categoría que se encargará de contarnos lo que sucede en muchos de los capítulos de la novela.

La novela fluctúa continuamente entre la denuncia social y la magia poética de la mitología maorí. El capítulo que sirve de introducción, con esa historia impresionante y bellísima del tallador de madera hablando en primera persona, es un buen ejemplo de ello. Gracias a ese prólogo comprendemos el protagonismo social del wharenui (casa de reuniones) en la cultura maorí, de sus figuras de madera, que componen la cosmogonía de la sociedad, de la continua recreación artística y mítica de dichas figuras. En algunos momentos del libro, incluso, la denuncia social y la mitología llegan a mezclarse, con lo que la autora consigue crear una reinterpretación onírica y mítica de la lucha actual de la comunidad maorí.

Como lector, esa mezcla me ha parecido al mismo tiempo hipnótica y distanciadora, seguramente a causa de la diferencia cultural. Lo cual, por supuesto, me hizo pensar en el desconocimiento que tenemos en España sobre las comunidades aborigenes, no solo de otros países sino como concepto en general. Del mismo modo que me sucedió cuando hace años emigré a Canadá, por ejemplo, y entré en contacto con la realidad social, cultural y política de las comunidades nativas de aquí. Ese fue el primer momento, que yo recuerde, en que era consciente de estar viviendo en una tierra arrebatada a otra gente. En una tierra robada, por decirlo así. Porque viviendo en España no eres consciente de estos problemas ya que, bueno, en España somos nosotros los que nos fuimos a lugares lejanos a matar gente para quedarnos con sus tierras. Por eso, entre que todo aquello queda muy lejos tanto geográfica como temporalmente y para qué vamos a reflexionar sobre episodios de hace tanto tiempo, al final es un tema del que nunca se habla. Y ya se sabe que aquello de lo que no se habla no existe. ¿Un ejemplo? Desde tiempos del instituto se nos cuenta en España cómo el gran sentimiento de derrota histórica es en 1898, cuando perdimos las últimas colonias. Lo cual, por un lado, no es cierto (España siguió teniendo colonias en África hasta la mitad del siglo XX, pero para qué vamos a hablar del Sáhara) y, por otro lado, es explicar a adolescentes que ser potencia colonial es algo bueno ya que implica ser un país fuerte y poderoso. Pero no nos planteamos el motivo por el cual se nos sigue explicando, ciento veinte años después, el colonialismo como algo positivo (fíjate qué bueno sería que cuando dejamos de ser potencia todo fue cuesta abajo) ni, por supuesto, se nos habla jamás del punto de vista de los colonizados. ¿Sabemos en España, por ejemplo, los motivos que hicieron a los filipinos o a los cubanos levantarse en armas? ¿Cuántos españoles conocen, por ejemplo, la figura de José Rizal?

(Como veis, me voy por los cerros de Úbeda y termino conectando unas cosas con otras. Pero lo he hecho adrede para que sirva de ejemplo del tipo de reflexiones que suscitó en mí la lectura de Potiki. Y que un libro sobre la comunidad maorí me haga reflexionar sobre el país en el que crecí, que está literalmente en las antípodas de Nueva Zelanda, me parece, como poco, digno de mención)

A lo largo de la novela, Patricia Grace nos ofrece muchos otros temas sobre los que reflexionar. Uno de los principales, sin duda, es el conflicto entre lo que entendemos como progreso de una zona geográfica y el terrorismo medioambiental que muchas veces supone, injusticias policiales incluidas. Sobre esto hay un episodio magnífico en el cual los habitantes del pueblo hablan con el representante de la constructora sobre las ventajas (dinero, empleo, una casa mejor, la oportunidad de contribuir a la sociedad…) que les ofrece la empresa si aceptan a mudarse a otro sitio. No es que ambas posturas sean irreconciliables, sino que de algún modo parece que están hablando idiomas diferentes porque, aun usando el mismo vocabulario, el modo de entender el mundo que tiene cada una de las partes hace que la otra no logre entender nada.

Y hablando de idiomas, Potiki incluye varios fragmentos en maorí (con traducción en notas a pie de página), quizás para recordarnos que, aunque existe una lengua común debido a la colonización británica, también una lengua indígena propia que debe conservarse y usarse en todo tipo de contextos. Especialmente, por supuesto, para contar su propia historia, como es el caso de esta novela. De este modo, el libro fluctúa en la dualidad entre querer contar tu historia con la lengua que los colonizadores te arrebataron para despojarte de tu identidad y usar la lengua de los colonizadores para lograr difundir tu historia y que de este modo se conozcan las injusticias históricas contra tu gente. Como lector también me vi sacudido por esa dualidad, ya que por un lado el intercalar fragmentos en lengua maorí llegó a provocarme cierta monotonía en la lectura, pero al mismo tiempo agradezco el tesón de autoras y autores que, como Patricia Grace, reivindican el uso de una cultura históricamente oprimida.

Además, este contraponer ambos mundos es un rasgo constante a lo largo de la novela. A los contrastes ya mencionados de crítica social frente a mitología, de visión comercial de los recursos medioambientales frente a visión ancestral de la tierra, de uso de un idioma frente a otro, Potikiplantea otros cuantos debates sobre los que podemos seguir reflexionando largo y tendido. Por ejemplo, el tema de la educación, ya que algunos de los hijos de Roimata y Hemi irán a escuelas convencionales estatales, mientras que otros serán educados por la comunidad maorí, con todas las diferencias que ello conlleva. Mi primer pensamiento sobre eso fue «oh, pero entonces no van a acceder a la educación reglada», y de ahí salté a lo rápido que asumimos que nuestro modo de concebir el mundo es el único correcto y la incomodidad que muchas veces nos provoca plantearnos encontrar un modo de integrar que cuente con ambas partes, y no simplemente pretender que la gente se adapte a nuestra forma de entender la realidad. Algunos personajes de la novela participan activamente de ambos mundos, como Tangimoana -la hija de Roimata-, que gracias a estudiar en una escuela convencional será capaz de aprender las armas legales que utiliza la constructora y la policía para así poder enfrentarse mejor a ellos.

Como podéis ver, mi primer viaje literario a Oceanía me ha hecho reflexionar y replantearme hasta qué punto nuestra visión occidental del mundo es la única válida. Por supuesto que ya sabía la respuesta, pero es fascinante encontrar lecturas que me aportan nuevas perspectivas, nuevos valores y nuevas cosmogonías. Y sabiendo que todavía me faltan ciento ochenta y cinco libros por delante, a saber qué otros modos de entender al ser humano me quedan por conocer.

Potiki – Patricia Grace (Txalaparta, 1999) Traducción: Mayte Mujika.

(Si tras leer la reseña te apetece contribuir con el proyecto #200Países200Libros, puedes invitarme a un café por aquí o, si lo prefieres, por aquí)

Bonus track: para el gran público, el elemento más conocido de la cultura maorí son, posiblemente, las hakas que tantas veces hemos visto al inicio de algunas competiciones deportivas. Antes de convertirse en un componente deportivo, las hakas eran en origen una danza maorí de bienvenida. Estuve tentado de poner aquí una haka, pero he preferido ir un poquito más allá para conocer y dar a conocer algo más de la cultura maorí. Por eso os presento a Maisey Rika, cantautora maorí con quien podéis disfrutar aquí de la banda sonora de Moana/Vaiana. El tema suyo que os dejo hoy como banda sonora de Potiki es Tangaroa Whakamautai (Tangaroa, comandante de las mareas -Tangaroa es el dios maorí del mar-) un hermoso canto a la fuerza indomable y sobrenatural del agua. Que lo disfrutéis.

Una respuesta a “Nueva Zelanda: reconstruyendo un modo de entender el mundo”

  1. Hace escasos días terminé Colapso de JDiamond en el que analiza caidas de varias civilizaciones
    Una de ellas es la isla de Pascua y cómo los habitantes de la isla desforestaron toda la isla sin necesidad del europeo. Me resultó interesante ver cómo culturas que asumimos estan en armonía con la Naturaleza al final no difieren tanto del resto

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