Albania: la dictadura de los sueños

Que no se diga que no me contradigo: en la entrada anterior estuve hablando sobre las grandes figuras literarias que ocultan al resto de autoras y autores de un país y hoy voy a escribir sobre Ismail Kadaré, sin duda el autor albanés mas célebre de todos los tiempos y eterno candidato al Premio Nobel de Literatura (a ver si lo gana de una vez, por cierto). Tal como contaba en esa entrada de la semana pasada, podría haber buscado alguna figura que quedara tras la sombra proyectada por Kadaré, pero me lo han recomendado tantas veces desde que comencé este proyecto que no me quedó otra opción que leer algo suyo. Y menos mal que lo hice, porque El palacio de los sueños es un libro excelente.

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Mark-Alem, un joven perteneciente a una de las familias de rancio abolengo del Imperio Otomano, consigue entrar a trabajar en el Palacio de los Sueños, uno de los departamentos gubernamentales más relevantes para la estabilidad social. Allí se analizan e interpretan con detenimiento los sueños de todos los súbditos, debidamente recopilados en informes llegados de todos los rincones del Imperio, para de ese modo buscar el menor atisbo de deseo de posible disidencia o insurrección. Una vez a la semana, se selecciona un sueño especialmente relevante y se envía al Sultán, que decide cómo actuar en consecuencia tomando las medidas oportunas en cada caso. Los sueños no seleccionados se envían ya clasificados al inmenso archivo subterráneo de Sueños, con lo que los ciudadanos de la capital caminan, literalmente, sobre los sueños de todos sus compatriotas.

Ya desde el mismo arranque, un tono de confusión general domina toda la novela: Mark-Alem no entiende bien cómo ha conseguido el puesto en el Palacio, ni cómo funcionan los diversos departamentos, ni cómo es posible que continúen ascendiéndolo si no está seguro de hacer bien su trabajo. Lo mismo nos sucede al leer la novela, dado que ese tono onírico -el único posible al hablar de un Palacio dedicado a analizar sueños- hace que en ningún momento tengamos claro lo que está pasando. ¿Cómo es posible recopilar semanalmente todos los sueños de todos los súbditos? ¿Cómo se evalúa un sueño, cuáles son los parámetros para definir su peligrosidad social? ¿Qué mundo es este que nos describe Kadaré en el que no parece haber unas normas claras?

Por supuesto, ese tono no es en absoluto fortuito. La influencia omnipresente de Kafka es buscada y recurrente para dar precisamente esa sensación etérea característica del material del que están hechos los sueños, que diría Shakespeare. Según vamos leyendo, esas preguntas que formulaba en el párrafo anterior dejan de tener sentido porque comenzamos a tener la misma sensación que tenemos en nuestros propios sueños. Es como cuando soñamos, por ejemplo, que «estamos en una casa que no es nuestra casa pero es nuestra casa»: nadie en el sueño nos ha confirmado de quién es dicha casa, pero no es necesario porque sabemos que es la nuestra. Del mismo modo, no necesitamos que Kadaré nos explique el modo en que los funcionarios del gobierno analizan los sueños, porque sabemos que la herramienta principal sobre la que se sustenta todo ese sistema es el miedo. Solo inspirando temor se podrá conseguir que los ciudadanos envíen sus sueños y sean especialmente cautelosos de no olvidar nada. En algunos casos, quién sabe, es posible que incluso prefieran añadir información adicional por si acaso: conversaciones con otros vecinos y posibles temores, dudas, sospechas acerca de esas conversaciones. Nada de esto aparece en el libro, al menos no explícitamente, pero no es necesario que se nos cuente porque ya lo sabemos.

Eso nos lleva, inevitablemente, al gran tema del libro: el terror ejercido por las dictaduras para mantenerse en el poder. Todo gobierno teme una revuelta, pero en el caso de las dictaduras ese temor se convierte a su vez no ya en el sueño de su ciudadanía sino en la peor de sus pesadillas. Todo vale para evitar la posible rebelión. Cada persona es responsable directa de evitarlo y por tanto sospechosa inmediata de no intentarlo lo suficiente. Se crea así una falsa conciencia social no basada en la solidaridad sino en el temor, y por eso no es necesario comprender nada sino hacer lo posible para no levantar sospechas. Por eso da igual cuál sea el modo en que se interpretan o analizan los sueños, ya que esas reglas seguramente serán tan subjetivas como los mismos sueños analizados. La metáfora que plantea Kadaré es una crítica directa al régimen comunista de Enver Hoxha en Albania, pero es aplicable tanto a la Inquisición española como a la Gestapo, la Stasi, los Jemeres Rojos, las dictaduras latinoamericanas entrenadas por Estados Unidos a través de la Escuela de las Américas o tantos otros casos que ya ni siquiera recordamos porque buf, son demasiados como para llevar la cuenta. El punto en común es siempre el mismo: apelando al gran bien común que es la paz social, conseguimos que los ciudadanos tengan miedo de sus propios sueños. Por eso, tras leer El palacio de los sueños es muy conveniente aferrarse a las palabras de la física canadiense Ursula Franklin:

La paz no es la ausencia de la guerra sino la ausencia del miedo y la presencia de la justicia.

La novela se prohibió a los pocos meses de su publicación, acusada de ser una crítica enmascarada al gobierno albanés. Es posible que Hoxha no viera con buenos ojos las similitudes entre algunos momentos de la trama con la purga ordenada por él mismo el año antes. El palacio de los sueños es, además, un canto a la convivencia pacífica de las diferentes identidades del Imperio Otomano mientras que el régimen de Hoxha se caracterizó por su firme oposición a la coexistencia pacífica, termino acuñado por Khrushchev a la muerte de Stalin para referirse a las relaciones que deberían establecerse entre los países del bloque comunista y los del bloque capitalista. Pero mejor que leáis la novela por vuestra cuenta para encontrar otros paralelismos.

Y ya que hablo de identidades que coexisten tengo que mencionar que El palacio de los sueños no es solo una acertada metáfora del funcionamiento de las dictaduras. La novela incluye otro tema que puede parecer secundario pero que es imprescindible para la historia: la identidad nacional. No quiero entrar en detalles para evitar destripar nada, solo diré que cierta parte de la trama se sustenta en un cantar épico centenario compuesto en un idioma que nadie conoce y que alguien ha conseguido traducir para, por fin, poder entenderlo y apreciarlo como se merece. Es conocida la relevancia de los cantares épicos en la configuración de la identidad nacional de las sociedades y la identificación de los enemigos comunes de un pueblo, con lo que no es necesario ahondar mucho en ello. También sabemos que Albania ha sido históricamente frontera histórica entre el Imperio Otomano y las diversas identidades balcánicas, y es precisamente en los territorios de fronteras donde los cantares épicos suelen cobrar mayor relevancia por su importancia como arenga bélica contra los otros. Lo que no es tan sabido, sin embargo, es el papel tan relevante que tuvo la identidad nacional durante el régimen comunista de Hoxha: argumentando que tanto el Cristianismo como el Islam (religiones históricamente tradicionales en Albania durante siglos) eran una amenaza para el estado, el gobierno albanés instauró la necesidad de crear una identidad patriótica para erradicar cualquier tipo de identidad religiosa. Bajo el lema «La fe de los albaneses es el albanesismo» (un verso de un poeta albanés del siglo XIX), se instauró una represión que incluso llevó a cambiar nombres, apellidos y topónimos que no sonaran suficientemente albaneses. Lo cual, qué curioso, hacen algunos personajes de El palacio de los sueños porque sus apellidos no suenan suficientemente turcos. Qué cosas tienes, Kadaré, cómo se te ocurrirían estas cosas.

(Nota al margen: esto me recuerda que para este proyecto de vuelta literaria al mundo voy a incluir entre mis lecturas algunos cantares épicos de hace siglos. No digáis luego que no os he avisado y no le echéis solo la culpa a Kadaré, esta mujer tiene una buena parte de responsabilidad en ello)

Es posible que El palacio de los sueños no sea una novela sencilla de leer. Tampoco quiero decir que sea complicada, signifique lo que signifique eso. Es necesario aceptar un ritmo y un tono diferentes a los que podemos preconcebir al adentrarnos en una ficción sobre dictaduras: la acción es muchas veces mínima y, como decía antes, nuestra sensación al leer es más de incertidumbre que de placer. Si aceptamos esa premisa, nos encontraremos con un texto sutil pero preciso, sosegado pero inquietante. Cuando se termina de leer el libro, es muy complicado no emocionarse al recordar que, años después de publicarse, Kadaré terminó exiliándose de Albania por ser considerado un enemigo de Albania. Y al entristecernos por ello, sus propias palabras serán un bálsamo para aliviarnos:

La literatura me llevó hacia la libertad, no al revés.

El palacio de los sueños – Ismail Kadare (Alianza, 2016) Traducción: Ramón Sánchez Lizarralde.

(Si tras leer la reseña te apetece contribuir con el proyecto #200Países200Libros, puedes invitarme a un café por aquí o, si lo prefieres, por aquí)

Bonus track musical: Mientras que con otras novelas tengo más trabajo para encontrar la selección musical de este apartado, en el caso de El palacio de los sueños no podía ser más sencillo. ¿Una novela albanesa que habla sobre la identidad nacional, la tradición y la diversidad de voces que conforman un marco heterogéneo pero unificado en un mundo etéreo e inasible? Chupado: para eso tenemos la isopolifonía popular albanesa, tradicional en bodas, funerales y otras celebraciones en Albania y Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad según la UNESCO. Por si fuera poco, el festival más famoso de esta música popular se celebra en Gjirokastra, al sur del país. ¿Sabéis quién nació en Gjirokastra? Un tal Ismail Kadaré, es posible que os suene su nombre. Que lo disfrutéis.

3 respuestas a “Albania: la dictadura de los sueños”

  1. Me ha encantado la incertidumbre que rodea al libro, y tu comentario me ha ayudado más que nunca a comprender mejor el libro. Muchas gracias. Sigo

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  2. Hace tiempo que sigo a Ann Morgan y ahora he acabado en tu blog :-). Yo escogí Abril quebrado, también de Kadaré, pero tu reseña me anima a leer El Palacio de los sueños. Preciosa música. Gracias

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  3. Lo leí y no me gustó nada. Se me hizo pesado, confuso y tedioso. Lo terminé por mera disciplina. Pero me encanta tu blog porque encuentro lecturas que nadie más reseña. Saludos.

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