Burkina Faso: los dictadores que no cesan

Tras el asesinato de mi hijo, las autoridades enviaron al alcalde de nuestra ciudad para que hablara conmigo. Me dijo que las autoridades querían que les perdonara. Le contesté que no podía hacerlo. Ya soy muy vieja, y aquello fue la primera vez que vi un acto tan horrible. Normalmente, después de un asesinato, los mafiosos dejan el cadáver para que la familia pudiera hacerse cargo de él. Cada vez que pueda, iré a la tumba de mi hijo para acordarme de él, pero nunca voy a estar preparada para perdonar a las autoridades. Nunca.

Así hablaba la madre de Norbert Zongo en el entierro de su hijo, un reportero de Burkina Faso cuyo asesinato en 1998 supuso una conmoción nacional por haber sido supuestamente organizado por miembros del gobierno, a quien Zongo investigaba en calidad de periodista comprometido con el progreso del país africano. Pocas veces he escuchado o leído una asimilación de la violencia tan estremecedora como la que se reflejan en las palabras de la madre del reportero: una mujer que da por hecho que normalmente aparecen cadáveres en su entorno a los que poder enterrar debidamente. El cuerpo de Zongo, sin embargo, apareció completamente carbonizado en un vehículo en el que viajaba con su hermano, un empleado de su empresa y el conductor de la misma. Ninguno de ellos sobrevivió al ataque, y en la foto que tenéis a continuación podéis ver el cadáver carbonizado de uno de los ocupantes del coche en que viajaba el escritor, aunque se desconoce si se trata del propio Zongo o de alguno de sus compañeros.

Cerca de 20000 personas acudieron al cortejo fúnebre para acompañar el ataúd durante más de diez kilómetros. El asesinato de Zongo supuso un antes y un después en la percepción del horror de la dictadura entre los burkineses ya que el periodista había recibido varias amenazas de muerte por investigar y publicar información sobre la tortura y posterior asesinato de David Ouédraogo a manos de varios miembros del Regimiento de Guardias de la Presidencia del país. Ouédraogo era chófer del hermano de François Compaoré, hermano del entonces dictador de Burkina Faso, Blaise Compaoré. Según los datos a los que había tenido acceso Zongo, el hermanísimo habría estado directamente involucrado en la muerte de Ouédraogo. Han pasado veinte años y el asesinato de Zongo y sus compañeros sigue sin resolverse, aunque hace unas semanas François, principal sospechoso también de este horrendo crimen, fue detenido en París.

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Poco se conoce fuera de África de la historia (reciente o no tan reciente) de Burkina Faso. Que levante la mano, por ejemplo, quien sepa cuál es su capital o al menos situar el país en un mapa sin consultar google. Cuando me puse a buscar novelas escritas por autores burkineses no tardé mucho en darme cuenta de que no iba a ser fácil encontrar mucha variedad. Pero tan pronto conocí la historia de Zongo y su única novela publicada, Le parachutage, supe que no me haría falta seguir buscando.

Le parachutage (en español, El salto en paracaídas, aunque hasta donde sé no ha sido publicado en ningún país de habla hispana) no tiene conexión alguna con el asesinato de Ouédraogo y lo que sucedió después, pero en ella Zongo nos explica muy bien los mecanismos del poder que hacen que crímenes como este sean posibles y queden impunes. El protagonista es Gouama, presidente de Watinbow. El autor seguramente decidió que tanto el dictador como el país fueran ficticios no solo por las consecuencias a las que podría exponerse (lo cual es una horrible ironía al saber los detalles de su muerte) sino porque en aquel momento más de un país vecino de Burkina Faso estaba dominado por otros dictadores. De este modo, la crítica al autoritarismo que transpira Le parachutage se hace intemporal y, por tanto, más punzante.

En el prólogo de la novela, Zongo nos cuenta cómo fue detenido e interrogado a golpes, acusado de ser un agente subversivo. Cuando pidió saber cuáles eran las pruebas que tenía la policía burkinesa para incriminarle, el oficial sacó de su escritorio el manuscrito de Le parachutage, que cinco meses antes el escritor había enviado a una editorial de Camerún de la que no había vuelto a tener noticia.

A partir de ese día comprendí todo, todo, sobre la naturaleza real de cierto tipo de poder en África, el carácter suicida de toda oposición, de toda respuesta, pero sobre todo el deber -que incumbe a todos los africanos- de ser conscientes de luchar, de pelear por un África más humana.

Sin embargo, el tono de la novela no es tan oscuro como podría esperarse. Con una prosa sencilla y con una caracterización de personajes a veces a medio camino entre la caricatura y el expresionismo, Le parachutage no pretende ser un libro profundo en su forma porque de ese modo puede centrarse en describir la complejidad política inherente al omnipresente y eterno sistema de dictaduras en África. El salto en paracaídas al que alude el título es uno de los momentos más crueles del libro (casi al principio de la novela, y a pesar de que el lector sabe exactamente desde unas cuantas páginas antes lo que va a suceder) pero también a la caída tanto política como emocional del dictador, que al poco de empezar el libro será derrocado por otro golpe de estado sangriento. Su huida para poder llegar a salvo al país vecino de Zakro (gobernado por otro dictador y amigo suyo) hará que Gouama entre en contacto con la realidad de Watinbow que siempre despreció desde la comodidad del palacio-templo que se construyó saqueando las arcas del país. De este modo (la prosa sencilla, los personajes episódicos poco definidos y en ocasiones arquetípicos y el viaje del personaje) Le parachutage funciona como un Bildungsroman a la inversa: a lo largo del libro, Gouama irá tomando conciencia de que él no es más que un sangriento peón en el ciclo eterno de dictaduras auspiciadas por los gobiernos europeos, que siempre aparecen en segundo plano pero nunca dejan de mover los hilos.

Le parachutage, como digo, no ha sido traducido al español. Ojalá pronto alguna editorial se atreva a acercarse a este libro que, en mi opinión, debería estar fácilmente disponible en los mercados editoriales de las grandes potencias culturales occidentales. No hace ni 60 años que Burkina Faso aún era una colonia francesa (por aquel entonces su nombre era Alto Volta) y libros como este nos ayudan a entender que tras aquellos polvos tan cercanos aún no ha dado tiempo a que se sequen los lodos. Fue tan solo en 2015 que, tras décadas sufriendo varias dictaduras, el país vio cómo llegaba al gobierno un presidente electo sin conexión alguna con el mundo militar. Se trata de Roch Marc Christian Kaboré, quien acaba de solicitar al gobierno francés la extradición de François Compaoré para juzgarlo por la muerte de Zongo. Ojalá este sea el principio de la libertad para los burkineses. Ojalá Le parachutage no sea solo un libro profético en su parte más violenta sino también en su deseo para el continente africano al completo.

Bendito el día en que los africanos puedan desfilar, pancartas en mano, no para aclamar el reinado de un tirano vago y mediocre envuelto en «democracia», sino para desaprobar la política de un poder del que ellos mismos hayan contribuido a sentar los fundamentos de su legitimidad. El subdesarrollo será así vencido.

Le parachutage – Norbert Zongo (l’Harmattan, 2006)

(Si tras leer la reseña te apetece contribuir con el proyecto #200Países200Libros, puedes invitarme a un café por aquí o, si lo prefieres, por aquí)

Bonus track musical: según cuenta wikipedia, Burkina Faso cuenta con una gran tradicional musical folclórica de hasta 60 grupos étnicos diferentes. Dado que tengo pendiente leer y reseñar aún 190 libros más no tengo tiempo para ahondar en las diferencias entre unas y otras, así que permitidme que os deje aquí una canción de uno de los artistas más célebres del país: Victor Démé, un cantautor burkinés que cantaba en lengua diula y que gozó de reconocimiento y éxito comercial en Occidente durante un breve lapso de tiempo antes de fallecer de malaria en 2015. Casualmente, su tema más emblemático (Djon Maya, que se podría traducir por El desprecio) resulta ser una banda sonora perfecta para Le parachutage de Norbert Zongo tanto por el tono como por su letra:

Nunca te burles de tu prójimo, ni del pobre ni del miserable. No te aproveches de sus debilidades, porque mañana podrías estar tú en su lugar y él en el tuyo. Dios no te quiere cuando le olvidas.

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